De la emergencia como crisis a la emergencia como (re)nacimiento

Hay días en que ‘política’ es una mala palabra. Días en los que quisiera estar imaginando las potencias que pueden hacer de veras posible otro mundo o, más que eso, intentando vivir otra forma de estar en el mundo, una que se parezca a habitar más allá de la «forma humana», que no es más que la compulsión de actuar de acuerdo a los miedos y las ambiciones. «Perder la forma humana no es asumir una actitud superficial de indiferencia o negligencia ni de enajenación o soledad. Es más un sentimiento de lejanía, una especial capacidad de vivir todo intensamente pero sin tener pensamientos y expectativas»; escribió Castaneda en uno de sus libros. Son los mismos días en los que, inevitablemente, hay que leer sobre presos y desaparecidos, sobre madres buscando a sus hijos, firmar una campaña, encontrar consuelo en la nada consoladora certeza de que somos muchxs en lo mismo y en saber que incluso la distancia de ese sufrimiento es un privilegio.

Que todo sea político no ayuda a aliviar el hartazgo que es vivir en un mundo al que no se le puede dar la espalda (por supuesto) pero tampoco deja muchas grietas por las que asomarse a otro, ni da margen para otras combinaciones de esas que soñaba Cortázar; la de «si de delicadas alquimias, ósmosis y mezclas de simples surge por fin Beatriz a orillas del río, ¿cómo no sospechar maravilladamente lo que a su vez podría nacer de ella?» A veces que todo sea político significa que todo lo que es vivible, debe ser reducido a esa esfera en la que el poder -e incluso la lucha por su escape o su derrota- enferma lo que se le acerca. Este sería por supuesto el lado oscuro de esa proposición, que pretender más bien contaminar la política de la vida misma, excediéndola. Pero hay momentos en que lo que concibe para escapar existe como otra de las cadenas del encierro.

Nadie tiene la culpa de eso; no es una crítica conceptual, ni la pretensión de una epistemología diferente que nos permitiría recolocar la política en un ámbito trascendente y hacerla una con la pérdida de la forma humana, aunque también. Esa pulsión es irrenunciable. Es apenas la enunciación de esa camisa de fuerza y del ansia de quitársela sin renunciar a la vez a los compromisos del estar presente en el mundo. Y una historia mínima sobre cómo las grietas afloran si se está atenta.

Hace unos días regresé a, y compartí, un dibujo antiguo. Emergencia terminé por ponerle porque lo único que me parecía reconocible ahí todavía después de que el tiempo fuera transformándolo, era la idea de emerger; emerger como nacimiento, como acceso a otro plano, llegada a la existencia o re-existencia. No es tan claro quizás en el dibujo pero era la idea; la imagen parece más un conjunto ya existente y ordenado en el que participa, también, un humano.

Acabando de compartir la imagen, me di cuenta que emergencia es también crisis, como en la expresión «estado de emergencia», que no se suele aplicar para hablar de un estado en el que algo está por aflorar sino de una situación crítica que requiere una atención urgente casi siempre paliativa, amortiguadora, distendedora. Dice el diccionario: «Asunto o situación imprevistos que requieren una especial atención y deben solucionarse lo antes posible.» Este significado, que no había previsto, es posiblemente el que salte al entendimiento de manera más inmediata, porque es el que remite al estado que compartimos colectivamente: emergencia, crisis que llama por una intervención inmediata.

El otro significado, el de «acción de emerger», «salir o aparecer [una cosa] de detrás o del interior de otra», parecería contradecir o al menos situarse en otra red de asociaciones completamente diferente de aquella a la que crisis remite. A menos que la emergencia como crisis y la emergencia como acción de emerger estuvieran vinculadas como condición de posibilidad la primera de la segunda. ¿Qué pudiera emerger de una crisis? Pero más que un qué, un contenido, la existencia de ambos significados para un mismo término, puede pensarse de otra manera. ¿De qué otra situación, si no una crisis, pudiera emeger algo nuevo? Y este reconocimiento sirve quizás para dejar de lamentar esa imposibilidad aparente de escapar de la atracción de lo crítico, ese jalón que parece clausurar la posibilidad de atisbar otras posibilidades más allá de atajar lo inmediato y sumergirse inevitablemente en la urgencia.

Visto así, hay probablemente muchas formas de a la vez escapar y permanecer; Es una disciplina misma que puede ser ejercitada estar a la vez completamente presente y no quedarse atrapado en lo movible, y exige un cultivo de la atención. ¿A dónde se atiende cuando el medio ambiente es puro ruido? Pero para la atención, la pregunta misma es un desafío, y no una interrogante sobre el impedimento.

La forma que el juego de emergencias en el título de un dibujo permite atisbar para ese escape que no renuncia a la presencia es la de la grieta[1]. Todo paisaje plano (geográfico, social, atencional) solo aparece como plano, pero mirado de muy cerca se revela ocupado por infinitos pliegues y accidentes. En la planitud hay siempre grietas, visibles solamente a la mirada atenta. Y las grietas son rutas de escape; insinuan nuevos territorios, un mundo subterráneo que puede conducir a la reconfiguración de las cartografías. La emergencia como crisis puede conducir así a la emergencia como (re)nacimiento, y también como milagro. Y digo milagro porque la naturaleza de esa emergencia es siempre sorpresiva, y escapa siempre al análisis de su posibilidad, eso que técnicamente se demoninan condiciones objetivas y subjetivas. No hay otra condición reconocible para su existencia que la necesidad apremiante de hacer nacer otro mundo cuando en el que estamos, ha dejado de ser habitable.

Hilda Landrove

[1] Retomo la de idea de la grieta, cracks, de Bayo Akomolafe

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