El ego no existe, o sí, pero puede desbordarse

El ego es de esas cosas que no hay necesidad alguna de ir por la vida reivindicando, ni como narcisismo ni como nada más, porque se revindica solo, existiendo; lo mismo si se presume que si se reniega de él. Habita ahí donde construye una imagen para otros, una imagen atractiva o cuando menos aceptable; incluso cuando construye una imagen detestable, busca ser notado, reconocido, visto. Y habita también en la contraparte inevitable; defender esa imagen, corregir las desviaciones que pudiera provocar en ella la mirada de otros, hacer inequívocamente iguales nuestra obra constructiva y la manera en que es percibida; hacerla aún más sólida para defenderla. Ser visto, vista, ser uno mismo, es de las grandes obsesiones que nos acompañan. Pero ese una misma es siempre elusivo; esa pretendida identidad de la unidad consigo misma no se realiza nunca, es más bien un entrecruzamiento de trayectorias, un límite puesto en un devenir, una cristalización de imágenes que difractan y se hacen converger siempre un poco a la fuerza. Ese esfuerzo de congruencia, esa «goma que nos mantiene unidos», diría Castaneda, es el ego; no el resultado específico, la identidad más o menos estable que pudiera resultar sino la operación misma de aglutinar para generar una imagen.

Tree of Life
jeremyzschau, Tree of Life

Por supuesto «ser visto» es también una necesidad; no existimos sin la mirada exterior, ni hay tampoco una delimitación estricta entre un interior y un exterior que pudiera suponer fronteras infranqueables. Pero en un mundo en el que la ausencia de mirada puede equivaler a una pretensión de inexistencia y la pretensión de inexistencia a la construcción de otrxs como inhumanos y por tanto prescindibles, ser visto suele articularse como reivindicación política, como una forma de decir: existo, y ninguna mirada esquiva puede borrar ese hecho fundamental. Y así y el ver y el ser visto transcurren siempre entre la pulsión por estabilizar una forma (en muchos casos por necesidad) y la pulsión (en muchos casos por anhelo de libertad) por escapársele. En esa pulsión habita siempre toda identidad.

Del ego se puede hablar también reivindicando, como hace la teología oriental, su inexistencia. Todo este dolor es una ilusión … celebra esta oportunidad de estar vivo y respirando– dice Tool en una bellísima canción, y en el lugar del dolor podría ponerse cualquier otro sentir. Una reivindicación de inexistencia es siempre una vía posible, la de la ligereza. Invita a considerar la posibilidad -y a practicarla-de que el menor esfuerzo es el mejor cause posible. El río conduce al mar; el silencio, a la presencia; la fluidez, a la pertenencia. La corriente erosiona a la piedra, solo requiere que no haya unos ojos ansiosos intentando capturar el inexistente momento por el que discurre la erosión.

El problema del narcisismo no es tampoco, ni siquiera, el del ego desbordado, sino justamente el de la incapacidad de desbordarse, incluso cuando pretenda ser tan amplio que quepa en él todo aquello que le excede pero anhela reclamar como propio. Porque otra salida para el ego, si se reconoce que está ahí incluso donde opera por desconocerse, en una capa muy básica de nuestra constitución existencial, es reventar sus pretendidas fronteras, hacer explotar la cápsula que protege la zona de confort donde se empolvan, plácidamente ordenados, los estantes de las creencias, las suposiciones y las racionalizaciones. Ese desbordamiento es probablemente un camino a la libertad, uno en el que cualquier mirada auto referencial tendría sentido unicamente como punto de partida, pero ya no más como destino.

Hilda Landrove

2 opiniones en “El ego no existe, o sí, pero puede desbordarse”

  1. QUE COINCIDENCIA ANOCHE MISMO MEDITABA SOBRE LOS ESTRAGOS DEL EGOISMO, DIGO QUE ES TAN DAÑINO COMO LA MUERTE, PARA MI EL EGOISMO ES OTRO ELEMENTO NATURAL.
    ♡ TE ENVIO UN GRAN ABRAZO DE LUZ VIOLETA.

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