Cuando todo es incierto, ¿cómo elegir? De cubrebocas, distancias y libertades

Así, como aparecen las cosas en las redes sociales, circulando en las burbujas de las páginas personales sin saber exactamente de dónde han nacido, se han replicado en los últimos días dos ideas completamente diferentes sobre cómo debemos enfrentar en la práctica cotidiana la pandemia de coronavirus. Una de ellas, insiste en la necesidad del cubrebocas y la remite a la idea de cuidado y a la consideración. Si podemos ser asintomáticos, razona, usar cubrebocas trata también del cuidado de los demás. No se trataría del miedo, de sentir el control del gobierno, sino de la responsabilidad que implica tomar en cuenta a aquellos con quienes convivimos.

La segunda no niega que usemos cubrebocas, guantes o mantegamos la distancia física, pero declara que hacerlo implica respetar el miedo y las reglas de las demás. Está escrito en primera persona gramatical, lo cual le da un aire de declaración de principios  e isinua al lector una identificación completa con el autor de la nota (apareció los primeros días sin autor y posteriormente con la autoría de Emilio Carrillo). Por ejemplo: «Mantengo el llamado distanciamiento social porque respeto el espacio personal de los demás, pero no porque tenga miedo de mis vecinos y conciudadanos.» La declaración sigue hasta llegar a las vacunas, las cuales dice no se pondrá porque «no quiero aumentar mis posibilidades de conseguir una enfermedad». Y sigue: «no viviré con miedo y devaluaré la vida hasta convertirla en un acto de mera supervivencia»

La declaración tiene un tremendo atractivo; apela en los lectores a un sentido de independencia y de libertad que, con mayor o menor razón, en estos tiempos sentimos amenzadas. Pero lo hace combinando la ausencia de miedo, la disposición individual a la investigación, la capacidad de superar los dualismos y hasta la compasión universal, con un grupo de comportamientos específicos y no solo con una actitud o un estado de ánimo.

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Scott Barrow, Uncertainty of Existence

Ello se debe probablemente a que la forma de presentar los «sencillos compromisos conmigo mismo y con los demás» remiten a otras concepciones de fondo. La más importante de ellas, que las medidas de protección son en realidad estrategias de control para reforzar la pretensión de los expertos y los gobiernos de imponer una verdad única. Es frente a esas pretensiones de control que pueden establecerse pasos a seguir que insisten en la necesidad de cuestionarse, resistir al miedo, ser libres y desafiar las intentonas de reducirnos y controlarnos.

Las ideas de ambos escritos cirulando en redes sociales son, entonces, radicalmente diferentes. En una se acepta que algo como ponerse un cubrebocas es la expresión del reconocimiento de que vivimos en colectivo, de que protegernos es cuidarnos entre todos. La segunda habla de la libertad, pero presupone que solo por efecto del miedo y la aceptación del control es posible hacer algo como ponerse un cubrebocas o mantener la distancia física, así que actuar libremente implica de alguna manera oponerse a eso, o en todo caso hacerlo buscando otras razones.

Mientras las posiciones expresadas en ambas publicaciones de facebook se solidifican, seguimos viendo las discusiones y las investigaciones de instituciones científicas y de salud pública. La discusión, por ejemplo, sobre la factibilidad del cubrebocas no parece estar terminada. No lo está la de si vale la pena o no desinfectar los alimentos pues las superficies podrían no ser fuentes de transmisión. En esto no hay nada tan raro, ni prueba ocultamiento o plan macabro de extermino alguno. Evidencia eso sí, el alto nivel de incertidumbre que resulta de lidiar con una entidad emergente (el virus) cuya entrada en el mundo humano no puede ser completamente aprehendida sino a través de una multiplicidad de dimensiones y fenómenos problemáticas.

Es de cara a esa incertidumbre sistematizada, agravada por la dficultad de informarse que presupone la avalancha de información y narrativas en pugna, en un ambiente saturado de estadísitcas y pronósticos y enrarecido por las suposiciones de conspiración, que debemos decidir cada día qué significa protegerse y cómo hacerlo.

Si es muy posible que no tengamos la información confiable, estable y suficiente que nos permita tomar las mejores decisiones. ¿Cómo decidir?  Las dos posiciones que circulan en redes sociales nos dan dos alternativas. O decidimos pensando en el cuidado colectivo, o decidimos pensando en oponer el valor al miedo (impuesto desde afuera) y la libertad a la opresión (impuesta desde arriba).

Pero el miedo no es probablemente un buen punto de partida para decidir nada, ni siquiera si ese miedo es ubicado fuera y nos autoasignamos la posición del valiente que lucha contra él. Cualquier decisión debe estar libre del miedo y de la ambición (nos dice Castaneda) y ser respaldada por la disposición a hacerse responsable por ella. Vale la pena recordar, regresar al reconocimiento de que una decisión libre en un sentido absoluto no existe. Libertad es, ante todo, liberación de condicionantes que empujan nuestros pasos en direcciones predeterminadas. Y esto no significa estar ajenos a las pretensiones totalizadoras y dominadoras que asoman por detrás de los cubrebocas y las distancias. Significa, en todo caso, no ser contaminados por ellas al punto de que no podamos elegir nada fuera de su horizonte de posibles.

En lo personal, prefiero aquella decisión en la que otrxs estén incluidos. Prefiero apostar por el cuidado colectivo, por afirmar ese post de facebook cuando dice: «No, no me siento como si el gobierno me controlase, me siento como un adulto que contribuye a la sociedad. El mundo no gira a mi alrededor. Usar máscara y quedar a un metro de distancia no me hace débil, asustado, estúpido o «controlado», me vuelve atento y respetuoso.»

No va a pasar nada si usar cubrebocas todo el tiempo termina demostrándose exagerado pero sí va a pasar si en la presunción de ser más libres y más despiertos que nadie, nos convertimos en la causa de la enfermedad de otra persona. Si los cubrebocas, los guantes, la desinfección de los alimentos y las superficies o cualquier otra cosa se demuestran inútiles, reiremos. Reiremos de lo ridículos que lucimos en nuestros outfits y manías  coronavíricas. La risa siempre ha sido un buen alido, para aligerar la existencia y  también para sacudirnos un poco de esa auto-importancia inútil e inflamada que invita siempre a la defensa y al ataque, y que nos tiene más pendientes de las distopías que de la utopías colectivas que necesitamos. Pero reiremos atentos, para que «nuestro» cuidado no se convierta en «su» dominio. Hay demasiadas señales de que la libertad podría limitarse todavía más en torno a nuestros cuerpos. El totalitarismo entona cantos de sirena que escuchan embelesados los que necesitan refugiarse de la vulnerabilidad y la incertidumbre y, con acechante frialdad, los que saben que también de ellas se puede obtener ganancia.

Hilda Landrove

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